viernes, 23 de noviembre de 2018

INTRODUCCIÓN A “EL CAMINO. COSECHA DE PENSAMIENTOS. LIBRO 3”


   Toda gran aventura posee un comienzo, una raíz, aunque se sitúe en medio de la monotonía de la cotidianeidad. Y la lectura, la reflexión y la escritura son grandes aventuras, que parten desde decisiones radicales, considerando toda la miseria material y espiritual que acompaña a la vida humana. Y así, este pequeño libro es la raíz de un árbol que continua dando frutos, o en otras palabras, aludiendo al título de la obra, es el camino (la palabra método se deriva de los términos griegos “metha”: más allá, y “odos”: camino) a partir del cual se ramifican otros varios.



   La escritura fragmentaria posee una larga historia en lo que hace a la literatura filosófica, por citar unos pocos ejemplos, podemos recordar que gran parte de los escritos conservados de estoicos y epicúreos son cortos pero intensos; también, ya en la modernidad, Schopenhauer incursionó en los micro escritos, y a su vez su discípulo Friedrich Nietzsche,  a quien quizá sus constantes ataques de migrañas sólo le permitían escribir de esa manera.

   No importa mucho la forma en que nos iniciemos en la escritura filosófica, más vale mantener encendida la llama del asombro ante el mundo, el hombre y la sociedad, para así encontrar un sendero que nos permita seguir creyendo en el pensamiento como una irrenunciable medicina para los dramas humanos.

   Al final, como daba entender David Hume al culminar la demolición del dogmatismo de su época, lo que también podemos esperar de la filosofía es “modestia y humildad”[1], y ¿porque no? También una pisca (o mejor una buena dosis) de ironía ante las circenses imágenes de nuestro mundo.







[1] David Hume. Letter from a Gentleman. Citado en David Hume. Tratado de la naturaleza humana. Estudio preliminar. Folio, Barcelona, 2000, p. 36.
Enlace al libro completo:

viernes, 9 de noviembre de 2018

INTRODUCCIÓN A “LEER, PENSAR Y ESCRIBIR. ENSAYO SOBRE LOS DESAFÍOS DEL ESTUDIOSO”


     La vida humana consiste en una constante búsqueda de satisfacer las innumerables necesidades que la inquietan, y en tal sentido, la actividad intelectual se constituye en un medio de llevar adelante este afán. El cultivo intelectual está compuesto a nuestro entender de tres etapas: leer, pensar y comunicar (ya sea de modo escrito y oral)

     La actividad intelectual, a pesar de requerir un esfuerzo   constante y una preparación exigente, está repleta de goces que pueden ser estimulados conscientemente desde el conocimiento de principios y normas que lo propicien y lo refuercen. Y aquí nos propondremos seguir ambos direccionamientos, la técnica y el goce que nos permita leer, pensar y escribir mejor.

     Pero, ¿Qué es leer, pensar y escribir? Leer es “des-cifrar” el pensamiento de otro (u otros, ya que la actividad intelectual posee un esencial sentido cultural, es decir colectivo); pensar es “conectar” conceptos, juicios y razonamientos; y escribir es “cifrar” el propio pensamiento para luego comunicarlo (en tal sentido comunicativo, en paralelo con la escritura se encuentra el diálogo o la disertación).

   La lectura, el pensamiento y la escritura se alimentan recursivamente, es decir, el punto de partida de toda actividad intelectual integral, la lectura, se despliega en el pensamiento, da sus frutos en la escritura, y vuelve a sus raíces, la lectura (una lectura que al ser aquella que uno mismo ha escrito se potencia aun más).

   A medida que las lecturas se van amontonando, en especial en tiempos de la juventud, uno va encontrando en sí mismo un mejor terreno para sembrar como pequeñas semillas la actividad del pensamiento, para luego esperar la gratificante cosecha de la escritura. Siguiendo con la alusión a periodos de vida, podemos decir que el momento supremo para el pensamiento y la escritura es en la madurez[1]. 

   Decía a propósito de estas cuestiones Francis Bacon: “La lectura hace al hombre completo, la escritura le hace preciso y la conversación le hace ágil”; y suponemos que una persona cultivaba en la lectura y la escritura, en una conversación desarrolla también un pensamiento acorde a su preparación.



   En este ensayo seguiremos sosteniendo los valores fundamentales que propusimos en nuestro escrito sobre la auto-ética: ocio, aislamiento, serenidad y cultivo del espíritu[2].

   Valorar al ocio no implica alentar a la mísera haraganería, antes bien, significa incentivar la realización de las actividades más encumbradas del espíritu humano: leer, pensar y escribir. Es indiscutible que necesitamos tiempo para realizar estas actividades intelectuales, tiempo que puede ser mucho o poco, pero que de todas maneras consideramos como tiempo de ocio aprovechable para el cultivo del espíritu.



   A grandes rasgos, leer, pensar y escribir constituyen a las actividades que llamamos comúnmente estudiar; y a su vez, siguiendo a Salas Parrilla, se puede decir que cuatro son los factores que condicionan el éxito en los estudios: los conocimientos previos, la capacidad intelectual, las técnicas de estudio y la motivación. Pero aquí queremos separar al cuarto de estos puntos para fijarnos mejor él.

   La motivación, junto a la relajación y a la atención constituyen factores internos que influyen intensamente en el rendimiento intelectual. De ahí que implícitamente, cuando el citado autor alude a la motivación, también hace referencia a la relajación y a la atención. De hecho, poco nos serviría una intensa motivación si es que no podemos concentrarnos ni relajarnos para llevar adelante nuestros estudios o investigaciones.



   También, podemos plantear que para una educación que impulsa a los valores democráticos, el cultivo de las habilidades verbales, como la interpretación de textos, el pensamiento, la escritura y la retórica, deberían convertirse en ejes de la formación del ciudadano. Por supuesto, con esto no queremos que surja una quijotesca generación que luche contra “molinos de viento” para alcanzar la utopía, no, simplemente necesitamos más de los juegos contrapuestos que nos dona la democracia, como aquellos que se dan entre la crítica y el consenso, entre la búsqueda de la libertad y los esfuerzos por la igualdad, entre la claridad de la inteligencia y de los impulsos de la acción. No es mucho pedir, puesto que ya estamos en el camino del esfuerzo social, es empezar a hacer de una vez una apuesta consciente, es implantar algo de vida en las maquinales pautas de la educación.



[1] Precisemos aquí que nos referimos principalmente a la escritura en prosa, pues en la juventud tenemos en su  cenit a la escritura en verso, pues ella es la edad poética por excelencia.
[2] R.L.H. La auto-ética. Reflexiones sobre la vida humana individual. Interiora terrae, Asunción, 2014, p. 28-32.
Enlace al ensayo completo:

https://drive.google.com/file/d/18gG_CeELdzAoriDjxJ_V78J7ePeeVS5w/view?usp=sharing