“Entre las sombras de un tiempo
marchito”. Evidentemente, un tiempo sombrío y marchito es como el nuestro,
pletórico de anuncios apocalípticos y de lamentos macabros; un tiempo que por
su misma condición luctuosa nos invita a pensar. Podemos aquí recordar a
Heidegger, que una y otra vez reflexionó sobre nuestro curso temporal y el
pensamiento, a veces, dando a entender que el pensar fluye serenamente sobre
las aguas de la nada y el tiempo…
“Que ha perdido la esperanza”. ¿Cuál es la esperanza que se ha perdido
en este tiempo marchito? La esperanza en los metarrelatos, en particular en las
grandes ideologías (liberalismo y socialismo) que prometían al advenimiento del
paraíso sobre la tierra, con tal de seguir las recetas teórico-prácticas
propagadas por las doctrinas sagradas y los grandes profetas del futuro
venturoso.
De todo ello no quedan más que fantasmas, como curiosamente ya lo había
apuntado Marx en su manifiesto comunista, sólo que a diferencia del siglo XIX,
los fantasmas ya no producen miedo en el presente siglo, antes bien, son objeto
de risa y de burla. Irónicamente, el
mismo auge de lo paranormal en la sociedad de consumo no ha sido más que una
moda pasajera. En verdad, tener que comparar los mensajes del radicalismo
político con los fenómenos paranormales es realmente patético.
“Entre los basurales modernos”. Nuestro tiempo está marcado por la
modernidad, incluso en espacios culturales latinoamericanos o paraguayos (en
donde tuvimos o tenemos una modernidad tardía, parcial y conservadora), una
situación histórica que ha traído ya también los aires putrefactos de los
espacios europeos y norteamericanos. En el Paraguay también tenemos noticias
del cadáver de Dios.
“Las lágrimas tóxicas”. El dolor humano ha terminado convirtiéndose en
un gran espectáculo; las imágenes noticiosas de los canales televisivos o de
internet, nos hacen atragantar con las miserias y desgracias de nuestros
compañeros de infortunio (agrupados en la misma humanidad), como una patética vacuna contra la adquisición de una
conciencia lúcida.
“Y la risa infeliz”. El jolgorio, la algarabía que nos muestra el mundo
los fines de semana, es la contracara de los días laborales, en donde el
individuo “libre y responsable”, se dedica a hacer girar la miserable ruedita
de rata de laboratorio, y ello para ser cada día más “gente”, gracias al
mejoramiento de su “posición” en el circo mundial y al honorable engorde de sus
inagotables deudas bancarias.
“Y ayer creían en el progreso”. El progreso es una idea propia de la
modernidad, que vino a ser la forma secularizada de la providencia divina,
sostenida por el pensamiento cristiano en general, preponderante en la edad
media. Sin embargo, la modernidad ha dejado en su camino numerosos desengaños
en relación con las promesas del futuro, baste citar
acontecimientos como las guerras mundiales, la utilización de bombas de destrucción
masiva, o la degradación del medio ambiente,
y en un nivel cultural, la anomia, el desmembramiento de las culturas
ancestrales, o el nihilismo
“Liberar al hombre de cadenas”. Una de las principales promesas de las
grandes ideologías modernas ha sido la libertad (junto a ese otro gran augurio,
la igualdad), actitud que es comprensible, considerando al mismo proceso de
secularización en occidente, que echó por tierra la visión medieval del mundo,
en la que se encontraba la doctrina del pecado original, que condenaba a cada
ser humano a la limitación y al empobrecimiento de sus actos e ideas, por el
mismo hecho de haber nacido. En tal contexto, célebre es la sentencia de
Calderón de la Barca: “Porque el peor pecado del hombre es haber nacido”.
Pero el problema del mal en el mundo, y añadido a éste, la libertad del
hombre, no desapareció con la caída Medioevo, sólo fue racionalizado, y asi, la
solución para las desdichas humanas dejaron de estar en dependencia de la
gracia divina, para pasar a manos de los hombres, que debían ahora establecer
cambios profundos en sus sociedades para la lograr la felicidad plena y la
libertad para la humanidad.
“Pero éste (el hombre) ha erigido demonios”. Los principios irracionales
que cada hombre lleva en sí mismo, en la forma de bajos instintos y pasiones, hacen que las más nobles intensiones
desemboquen muchas veces en vicios sociales, como la explotación laboral, la
anomia o la agudización de la pobreza.
“Que ocultan ideas”. Cuando hablamos de intenciones ocultas, podemos
recordar a aquellos filósofos que Ricoeur llamó filósofos de la sospecha: Marx,
Nietzsche y Freud[1].
Estos pensadores llevaron adelante un desenmascaramiento de los afanes modernos
por dominar a la naturaleza y a la sociedad, y en el caso de los últimos, no
ofrecieron soluciones alternativas a nivel social para llegar a utópicos
espacios de felicidad colectiva.
“Y que sepultan promesas”. El mismo proceso de racionalización terminó,
como apuntó Weber, en un “desencantamiento del mundo”; que Manheim pensaba que
arrastraría también a toda ideología y utopía. Pues bien, no tardó Lyotard en
anunciar la “incredulidad hacia los metarrelatos”, como característica de las
sociedades más podridas.
“Si tú quieres alcanzar la raíz de la razón”. Pero ¿Cuál es la raíz de
la razón? La raíz de todo el mundo representado y construido por la conjunción
cuerpo-mente-sociedad, es la nada misma. Se revela entonces aquí el afán de
acceder a una contemplación estética radical, que revela un mundo de símbolos
maravillosos (o Ideas, arquetipos o cifras) sobre el suelo de la nada[2].
“No claudiques hasta el fin, que
la muerte espera ahí”. La vida nos exige constantemente permanecer alertas,
para no sumirnos en las miserables olas cotidianas de la tontería y la maldad,
y principalmente para esperar aquel momento en el que la nada se revela
(pintada muchas veces de muerte), y desde la que se “abre” un mundo pletórico
de símbolos maravillosos.
“Y la ciudad enciende un cigarrillo, fuma el humo por las calles”[3].
Esta personificación de la ciudad es utilizada no precisamente para asociar el
vicio y los espacios urbanos, sino para buscar la imagen metafórica de un
momento contemplativo, nos referimos a la misma contemplación estética que se
despliega entre las miserias de la modernidad.
“Entre asfalto, perros y bullicio”. Se recrean aquí imágenes urbanas,
que despiertan sensaciones de sequedad y de miserias, en medio de una aparente
vitalidad que nos presta el ruido y el parloteo incesante.
“Luego escupe en el piso su ilusión quebrada”. Si fumar constituye en la
canción una imagen que simboliza a un goce, escupir por su parte pretende
comunicar la sensación de hastío, en particular en relación con las promesas de
la modernidad, que antes que cumplirse han dejado una estela de desengaños y
frustraciones.
“Ha llegado el nihilismo”. El anuncio de Nietzsche, “la muerte de Dios”,
casi inentendible en su tiempo, hoy retumba por todos los rincones del mundo,
pero a su vez, aludiendo al parágrafo 125 de “La Gaya Ciencia”, deberíamos
preguntarnos si somos lo suficientemente valientes para asumir las implicancias
de este acontecimiento colosal, ¿o seguiremos burlándonos de aquel que busca a
Dios con una linterna en mano?
“Fresco entre las ruinas del tiempo”. Las grandes promesas del futuro se
han desvanecido, hoy hacemos apenas planes de supervivencia en un mundo hostil,
pues pareciera que nos vamos acostumbrando al infierno, que ya no hay tiempo
para proyectar la mirada, que el abismo está a nuestros pies exigiéndonos
premuras y angustias.
“Entre los jardines marchitos”. Los jardines de la esperanza se han
marchitado entre la desértica extensión del
descreimiento y la apatía, pero tal vez, entre el seco cúmulo de racimos
muertos, surjan nuevos valores parados con valentía frente al absurdo y la
anomia.
“Y ya enarbola los valores de las olas bravas y el viento”. Estos
valores renovados no tendrán ya la fría solidez de una roca, como la filosofía
tradicional pretendía, serán adaptables y fluidos como las bondades e
inclemencias del tiempo, serán plegables, livianos, valores de bolsillo para
mantenerse parados en la medio de los fragores del viento…
Enlace al video:
https://www.youtube.com/watch?v=nMnLHifUEpg&feature=youtu.be
[1]
“Los llamados filósofos de la sospecha (según la enseñanza de Paul Ricoeur[1]),
Marx, Nietzsche y Freud, hicieron hincapié en la necesidad de poner en cuestión
todo aquello que consideramos verdadero, bueno y bello. Pero ¿En qué forma
poner en cuestión? A través de la búsqueda de instancias ocultas, que degradan
aquello que conocemos y hacemos; para Marx, los modos de producción, para
Nietzsche, la voluntad de poder, y para Freud, el inconsciente”. R.L.H. El
grito del mundo. Cosecha de pensamientos 2. Interiora terrae, Asunción, 2015,
p. 12.
[2] Cfr. R.L.H. El goce
inefable. Ensayo sobre la experiencia estética. Interiora terrae, Asunción,
2015, p. 14.
[3] Utilizamos aquí
un recurso literario, la transposición, pues reemplazamos un carácter de un
objeto para representar al objeto mismo, asi, en vez de decir fuma el
cigarrillo por las calles, decimos fuma el humo por las calles.