lunes, 26 de octubre de 2015

EL GOCE INEFABLE. ENSAYO SOBRE LA EXPERIENCIA ESTÉTICA. INTERIORA TERRAE, ASUNCIÓN, 2015.



INTRODUCCIÓN


 


   El hombre está lleno de atrofiantes cadenas, no sólo las que le impone la sociedad en la que vive, sino también las provenientes de la misma naturaleza, a través de interminables deseos que despiertan la ilusión de la felicidad, y también las que uno mismo se ha colocado, desde su poca auto-crítica y falta de fidelidad a los valores elegidos (si es que acaso se han ya elegido). La supuesta libertad que emerge de los instituciones democráticas, o aquella que se basa en la satisfacción de las carencias más fundamentales, no son sino cortinas sutiles que esconden el estado de esclavitud (o para ser más benévolos, semi esclavitud)  que comprime al hombre desde su mismo nacimiento.


   La vida es dolor, y lo que redime al dolor no es más que el placer. Pero el placer posee varios tipos o formas, desde los más fundamentales, relacionados con nuestras necesidades más inmediatas, hasta los placeres más refinados y nobles, los espirituales[1].


   No podemos decir que los placeres corporales sean peores ni mejores que los espirituales, pero sí que existe una marcada diferencia en cuanto a las circunstancias con que están asociados. Los placeres corporales en general son de corta duración y muchas veces vienen acompañados con dolores de distinta magnitud; en cambio los placeres espirituales pueden alcanzar largas duraciones y casi nunca van de la mano con malestares, al contrario, contribuyen en hacer de la vida un pasaje más tolerable. En contrapartida, es cierto, la sensibilidad a los dolores de todo tipo aumenta, frente a lo cual no queda sino insistir en las normas recomendadas en una auto-ética[2].


   El hombre vive en medio de distintas situaciones, a las que básicamente podemos agruparlas en dos: las situaciones cotidianas[3] y las situaciones límites[4].


   Podemos decir que en la experiencia estética se da una liberación de los dramas de las situaciones cotidianas, lo que generalmente podemos asociar con un tipo peculiar de experiencia estética, la moderada; en cambio, cuando partimos de las situaciones límites, generalmente tenemos una experiencia estética radical[5].


   La experiencia estética, forma de placer intelectual, atempera las inquietudes de la cotidianeidad y nos hace ver al mundo como un gran espectáculo.


   Básicamente, la experiencia estética emerge ya sea a partir de la contemplación de paisajes naturales o a partir del encuentro con las distintas formas de arte; pero en un contexto más actual, podemos hablar ya de la estetización general de la existencia[6], que nos permite entender que la vida cotidiana también puede adquirir el halo maravilloso de lo estético. Pero cuando ello sucede, notablemente, lo cotidiano deja sus caracteres más propios (búsqueda de dinero y de figuración social) y deja su lugar a aquello que en última instancia permanece inefable...

Enlace al libro completo:


 


 




 [1] Véase R.L.H. La auto-ética. Reflexiones sobre la vida humana individual. Interiora terrae, Asunción, 2014, p. 10-11, 31-32; R.L.H. Volved a la naturaleza. Reflexiones sobre el hombre y el mundo. Interiora terrae, Asunción, 2014, p. 19-21.
[2] Véase, R.L.H. La auto-ética, ed. cit.
[3] Véase R.L.H, La auto-ética, ed. cit, p. 12.
[4] Véase R.L.H, La auto-ética, ed. cit., p. 13-16.
[5] Véase Cap. 3 del presente ensayo.
[6] Véase Cap. 6 del presente ensayo.