Al
hablar de cañaverales podemos recordar a las campiñas paraguayas de la región
Oriental, pobladas de estas plantaciones que nos hablan enigmáticamente cuando
el viento se pasea intensamente entre sus frágiles cuerpos verdosos.
Ciertamente, decir que la naturaleza nos “habla” a través de estos
cultivos es una metáfora, antes que un dato empírico, pero precisamente, es
este tipo de mensajes de tipo estético el que generalmente está ausente en
medio de nuestra mísera cotidianeidad
urbanizada.
Entonces, alguno podría tomar el motivo musical y literario que aquí
comentamos, como aliciente para darse un tiempo y visitar un cañaveral de
nuestra tierra, tal vez no capte absolutamente nada, y vuelva ofuscado a la ciudad
por haber perdido el tiempo en medio de la inmensa tristeza de los campos, o
tal vez, repentinamente comprenda algo, tal vez un mensaje inefable, o tal vez,
en medio de un intenso gozo, la experiencia se conecte con un símbolo
omniabarcante.
“Cañaverales, entre risas de niños
que corren al sur”. Aludir a los niños implica recurrir a un símbolo universal
en tantas tradiciones míticas, religiosas y literarias; el niño, que es el ser
humano de los orígenes, de la visión pura y desapasionada, dueño de una
imaginación capaz de recrear al mundo, aun cuando las condiciones del entorno
social o natural parecieran no lo permitirlo. El niño es un obstinado artista,
místico y pensador, rebelde a una cotidianeidad que no puede dominarlo aun,
porque él no ha aprendido aun a colocarse a si mismo las cadenas de su
desdicha, como si lo han hecho los mezquinos adultos.
El “sur” simboliza a los fundamentos del pensamiento y la acción, en
tanto que el “norte” a los ideales, y he aquí entonces que la imagen de los
niños corriendo hacia el sur nos revela la idea de un retorno hacia nuestras
raíces, orígenes o fundamentos, desde un estado de conciencia abierto al mundo,
(como la mente del niño) pletórico de creatividad y de goce lúdico.
“Infantiles tiempos, que niegan distancias en la imaginación”. ¿Cuáles
son los infantiles tiempos? Los tiempos del mito, que traspasan las fronteras
del espacio geográfico para proyectarse hacia lo infinito, que hermana a la
naturaleza con el hombre, que serena al pensamiento en tensión, en un flujo de
analogías simbólicas y visiones maravillosas. Y asi, la imaginación, facultad
suprema del niño sumido en sus juegos, retorna a la mente antes esclerotiza y
maniatada por los miedos y ansiedades.
“Y la nostalgia, que erige su
triunfo, y vela…” Esta nostalgia quizá sea la que nos produce la lenta pero
constante degradación de la cultura seminal paraguaya, desplegada en la
desolación de los campos; o en otras palabras, por el noble e infantil espíritu
del agro paraguayo, que se contrae frente al inexorable avance de una cultura
ultramoderna y globalizada.
Esta es una sublime tristeza, que nos invita a permanecer despiertos,
contemplando un desarrollo histórico, que no por patético y lamentable, deja de
ser hermoso en una mirada que busque a la vez que conocimientos, goces
espirituales.
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