lunes, 16 de noviembre de 2015

CIENTO TREINTA Y TRES SUSURROS PARA UN BORRACHO


INTRODUCCIÓN

 

   No solemos seguir el consejo de nadie para elaborar nuestros escritos, pero cierto día gris, el lema de Emile Cioran sonó en nuestra mente como un tambor batiente: “No reducirse a una obra; sólo hay que decir algo que pueda susurrarse al oído de un borracho o un moribundo”. Vaya entonces una respuesta para este viejo pesimista rumano, acaso hermano espiritual de nuestro frecuentado Schopenhauer.

   La vida a veces es semejante a una larga borrachera, con la que tratamos de olvidar las desgracias del mundo, los malestares del trato con los demás o nuestros propios tormentos interiores. ¿Y que podría significar frente a ello una miserable frase escrita al compás de una pena, un júbilo, un aburrimiento o un asombro? Tal vez simplemente eso, un susurro para un borracho…

   Hemos agrupado aquí ciento treinta y tres aforismos seleccionados de entre los doce números de nuestra “cosecha de pensamientos”, todos ellos provenientes de las secciones de la “auto-ética” y “estética”.

   El lector juzgará la utilidad o inutilidad de cada susurro,  puede leerse sobrio o en estado de ebriedad, y como diría Epicuro o acaso Lou Marinoff, en líneas generales no tienen contraindicaciones.
Enlace al libro:

jueves, 5 de noviembre de 2015

CAÑAVERALES (Canción nro. 10 de la colección “Cantar, pensar, morir”).




    Al hablar de cañaverales podemos recordar a las campiñas paraguayas de la región Oriental, pobladas de estas plantaciones que nos hablan enigmáticamente cuando el viento se pasea intensamente entre sus frágiles cuerpos verdosos. 

   Ciertamente, decir que la naturaleza nos “habla” a través de estos cultivos es una metáfora, antes que un dato empírico, pero precisamente, es este tipo de mensajes de tipo estético el que generalmente está ausente en medio de nuestra  mísera cotidianeidad urbanizada.

   Entonces, alguno podría tomar el motivo musical y literario que aquí comentamos, como aliciente para darse un tiempo y visitar un cañaveral de nuestra tierra, tal vez no capte absolutamente nada, y vuelva ofuscado a la ciudad por haber perdido el tiempo en medio de la inmensa tristeza de los campos, o tal vez, repentinamente comprenda algo, tal vez un mensaje inefable, o tal vez, en medio de un intenso gozo, la experiencia se conecte con un símbolo omniabarcante. 

 

“Cañaverales, entre risas de niños que corren al sur”. Aludir a los niños implica recurrir a un símbolo universal en tantas tradiciones míticas, religiosas y literarias; el niño, que es el ser humano de los orígenes, de la visión pura y desapasionada, dueño de una imaginación capaz de recrear al mundo, aun cuando las condiciones del entorno social o natural parecieran no lo permitirlo. El niño es un obstinado artista, místico y pensador, rebelde a una cotidianeidad que no puede dominarlo aun, porque él no ha aprendido aun a colocarse a si mismo las cadenas de su desdicha, como si lo han hecho los mezquinos adultos.

   El “sur” simboliza a los fundamentos del pensamiento y la acción, en tanto que el “norte” a los ideales, y he aquí entonces que la imagen de los niños corriendo hacia el sur nos revela la idea de un retorno hacia nuestras raíces, orígenes o fundamentos, desde un estado de conciencia abierto al mundo, (como la mente del niño) pletórico de creatividad y de goce lúdico.

   “Infantiles tiempos, que niegan distancias en la imaginación”. ¿Cuáles son los infantiles tiempos? Los tiempos del mito, que traspasan las fronteras del espacio geográfico para proyectarse hacia lo infinito, que hermana a la naturaleza con el hombre, que serena al pensamiento en tensión, en un flujo de analogías simbólicas y visiones maravillosas. Y asi, la imaginación, facultad suprema del niño sumido en sus juegos, retorna a la mente antes esclerotiza y maniatada por los miedos y ansiedades. 

“Y la nostalgia, que erige su triunfo, y vela…” Esta nostalgia quizá sea la que nos produce la lenta pero constante degradación de la cultura seminal paraguaya, desplegada en la desolación de los campos; o en otras palabras, por el noble e infantil espíritu del agro paraguayo, que se contrae frente al inexorable avance de una cultura ultramoderna y globalizada.

   Esta es una sublime tristeza, que nos invita a permanecer despiertos, contemplando un desarrollo histórico, que no por patético y lamentable, deja de ser hermoso en una mirada que busque a la vez que conocimientos, goces espirituales.

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